Cuando algo se vuelve cotidiano acaba perdiendo el valor que realmente tiene, ésta es la conclusión a la que llegamos el otro día mi amigo francés Olivier y yo,en una tertulia que mantuvimos, me contaba que un amigo suyo había estado de tour por España y que había ido a Salamanca y había visitado de paso la ciudad de Avila, se quedó asombrado con las murallas, la catedral, el mercado grande, el chico, la infinidad de iglesias que pueblan todas las calles y alrededores de la ciudad, por no hablar de la gran riqueza gastronómica de la ciudad con los platos más típicos como pueden ser, las patatas revolconas, las judías del Barco y el famosísimo chuletón de Avila; sobre éste último me gustaría escribir algún día ya que mucha gente cree que la fama la tiene por el tamaño y no es así, bueno, en parte si, pero todo esto lo explicaré en otra entrada. El caso es que hablábamos sobre la grandiosidad de la ciudad de Avila pero a su vez, al tenerla tan cerca y haberla visitado en multitud de ocasiones, parecía que ya no la apreciábamos de la misma manera que lo haría un turista ávido de fotos en las que inmortalizar paisajes, edificios o estatuas que jamás volverá a visitar, es esa certidumbre de la vuelta lo que hace que no le demos tanta importancia a esos elementos grandiosos que poco a poco se vuelven cotidianos, hoy estreno una etiqueta llamada "Grandezas Cotidianas" a la que iré añadiendo imágenes de vistas, edificios, estatuas, calles, puertas.. todo lo que vea por la calle que por la cantidad de veces que he visto se ha convertido en algo cotidiano en mi día a día, y que se merece un homenaje.
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