Van Summeren hace historia

    En sus ocho años de ciclista profesional, Johan van Summeren solo ha levantado dos veces los brazos como ganador de una carrera. La primera fue hace cuatro años, una victoria en la Vuelta a Polonia de la que solo se acuerdan sus familiares y los muy aficionados; la segunda, en el velódromo de Roubaix, justifica toda una vida. "¿Te quieres casar conmigo?", le dijo desde lo alto de sus dos metros huesudos y encorvados -dejándose llevar por la magia del momento, el aire tibio, la luz, la primavera, la emoción, la adrenalina- a su novia, que esperaba la llegada del guerrero en la hierba de la pelousse del recinto que pone fin al Infierno del Norte. No conocemos la respuesta de la chica, que seguramente sería afirmativa pues poco después el corredor belga prosiguió: "Por supuesto, en lugar de anillo de pedida le regalaré un adoquín...". Lo dijo y siguió tosiendo, expulsando miasmas negras, el recuerdo del polvo que respiró durante kilómetros de caminos rurales un domingo caluroso y seco.

    No se entienda lo del adoquín como una amenaza, por supuesto, ni como una metáfora de la vida que le promete, pues un adoquín precisamente, un pedazo cúbico de pavés, es uno de los trofeos más codiciados por cualquier ciclista que sueñe con ser grande, es el galardón que se concede al ganador de la París-Roubaix, el monumento más cargado de mitología, que en su 109ª edición se lo llevó un belga de 30 años que llevaba toda su carrera trabajando para los demás, un gregario al que, dada su altura, todo el mundo distingue a la distancia, trabajando en el pelotón, pero al que muy pocos conocen. Una semana después de que en el Tour de Flandes se impusiera Nuyens, otro ganador inesperado, también belga, refleja en la Roubaix que los grandes favoritos, temerosos, usureros, corren para anularse antes que para intentar ganar. O sea, corren todos los grandes a la sombra de Cancellara, impulsos de sus impulsos, a rueda para contrariarlo, pues es tanto el convencimiento de que el suizo puede destrozar en cualquier momento a quien se le ponga por delante. Del marcaje que multiplicó por cero a todos se aprovecharon los de la fuga, aquellos que, como dice Flecha, "supieron y pudieron anticipar".

    Historias y personajes como estos hacen grandes a este deporte del ciclismo, historia, nobleza, templanza, esfuerzo y concentración, son algunas de las palabras que pueden definir al que, para muchos, es el deporte más duro del mundo, y en que sus propias normas no permiten brillar a gregarios que hacen un durísimo trabajo a la sombra para que en sus días de gloria brillen como siempre los cabezas de equipo, esta es la recompensa a un hombre sencillo, luchador y sobre todo amante de su vida, su deporte por el que lo ha dado todo y que con un trozo de piedra, el más cotizado del panorama ciclista, pidió matrimonio a su novia al conseguir lo que jamás nadie le creyó capaz de conseguir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario