No está mal escaparse en solitario de vez en cuando, desaparecer del mapa para todo el mundo, sabiendo que nadie te va a echar de menos y que a nadie le va a importar lo que haces, donde estás o si estás bien o mal, por eso el sábado hice la maleta, cogí el coche y desaparecí, fui a muchos sitios que llevaba mucho tiempo deseando ir, visité todo lo que quería visitar y disfruté de carreteras, sol, sombra, noche, tranquilidad, soledad, verano, comida y sobre todo libertad, volví a juguetear con la felicidad hasta tal punto que las lágrimas volvieron a acariciar mis mejillas y el maldito atasco del domingo por la tarde me recordó que lo que había vivido era un mero espejismo y que tocaba volver a la triste realidad, pero lo vivido ahí quedó y perdurará con el recuerdo del atardecer del día más largo del año.
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